El canal subterráneo de las minas de Orbó

El pueblo de Vallejo de Orbó, en el valle de Santullán, fue escenario a finales del siglo XIX de un gran ingenio tecnológico, único en la minería de nuestro país: un canal subterráneo que al mismo tiempo permitía la evacuación de las aguas, la ventilación de las galerías y el transporte del carbón por el interior de la mina.

FERNANDO CUEVAS RUIZ

El descubrimiento del carbón en el valle de Santullán, a mediados del siglo XIX, propició poco después la aparición de una nueva localidad en torno a los yacimientos que la empresa Esperanza de Reinosa explotaba cerca de Orbó. Este asentamiento, origen del actual pueblo de Vallejo de Orbó, fue impulsado a partir de 1863 por el ingeniero Rafael Gracia Cantalapiedra, quien siguiendo una práctica paternalista construyó viviendas para los trabajadores, creó una de las primeras cajas de socorros de la minería española y dotó a la nueva comunidad de escuelas, hospital y economato.

Su sucesor, Mariano Zuaznávar, llegó a las minas de Vallejo en 1879 y, además de continuar la labor de su predecesor, diseñó una obra singular en la minería de nuestro país: un canal subterráneo que permitía al mismo tiempo la evacuación de las aguas, la ventilación de las galerías y el transporte de los carbones por el interior de la mina. Esta infraestructura acuática, inspirada en otras similares realizadas en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, fue un modelo de tecnología sin comparación posible en la minería española de la época.

El canal diseñado por Zuaznávar fue creado a 112 metros de profundidad y dotado de una longitud de 1.775 metros. Tras partir del interior del pozo Rafael, llegaba hasta las inmediaciones del ferrocarril que unía Barruelo de Santullán con Quintanilla de las Torres, empleado para el transporte del mineral. Los preliminares de las obras comenzaron en marzo de 1879, siendo finalmente inaugurado el canal en marzo de 1884 en medio de grandes celebraciones y una notable expectación.

Sin embargo, la extraordinaria infraestructura náutica no tuvo una vida prolongada y terminó condicionando la posterior actividad de la empresa, debido al gran desembolso que supuso. Once años después de su inauguración tuvo que ser desecado y, en su lugar, fue asentado un sistema de transporte dotado con vías y tracción animal. Finalizaba así una aventura insólita en la historia de la minería de nuestro país, de la que todavía hoy pueden verse algunos restos. En concreto, la boca situada junto a la dársena donde durante algunos años navegaron las barcazas cargadas de carbón, después de recorrer las entrañas del valle minero de Santullán.

Para más información: Colección de Historia Montaña Palentina, número 9