El molino de Triollo

Convertido actualmente en una ruina, el molino de Triollo fue durante décadas un lugar de referencia para los campesinos que, desde diferentes pueblos del entorno, acudían hasta allí para moler el grano.

JOSÉ CARLOS MARTÍNEZ MANCEBO

La acción de ir a moler estaba rodeada de intranquilidades. Los delegados –encargados de controlar el consumo de aceite y harina en la postguerra– acostumbraban a dirigirse por sorpresa a los molinos de la zona y, a veces, requisaban la harina y levantaban el correspondiente atestado a los vecinos que tuvieran la desgracia de llevar esos días la carga de trigo a moler. Tiene ante sí lo que debió ser un imponente molino. En la actualidad, presenta un aspecto ruinoso: el techo se ha venido abajo y en los ventanales solo resisten algunos marcos podridos. Esta fábrica de luz y harinas se ha convertido en un edificio de soledad y desolación. Todo en él es ahora inhóspito; posiblemente algunas aves noctámbulas lo utilicen como refugio. A través de un ventanuco, casi tapado por ortigas, alcanza a identificar muelas molineras, cintas trasportadoras, recipientes de madera y otra maquinaria en desuso. Le gustaría que este conjunto de tolvas, tubos, correas y poleas no estuviera agotado, solo dormido temporalmente, esperando volver de nuevo a verse envuelto en el polvo de la harina nutritiva. En la parte norte se conserva el cuérnago que conducía las aguas del Carrión hasta el molino, para aportar la fuerza motriz que movía las piedras moledoras. Le han contado que durante el invierno sus aguas quedaban congeladas. El alcalde convocaba a huebra a los vecinos, que tenían que picar el hielo para que la corriente de agua llegase hasta al molino. Y en los veranos, si el cauce menguaba, a veces se quedaban sin suministro eléctrico: «Igual a mitad de la cena se marchaba la luz y teníamos que sacar los candiles como antiguamente». A pesar de esas dificultades y de las frecuentes averías, el molino poseía un ostentoso nombre: «Molino harinero y central eléctrica de los vecinos de Triollo y La Lastra. El Salvador Rey».
Desde la Edad Media, los molinos representaban uno de los bienes más preciados para los pueblos. A veces, su explotación quedaba en manos de los monasterios y señores del lugar. En los años treinta, una sociedad de vecinos de La Lastra y Triollo construyeron y gestionaron este molino. En total eran unos noventa socios. Por lo visto, en un primer momento la central fue financiada y proyectada por una asociación vecinal de Triollo, pero antes de su finalización se les acabó el presupuesto. Recurrieron a pedir ayuda financiera a un tal Santiagón de Resoba, que no les dio la respuesta adecuada. Por tanto, no les quedó otro remedio que ampliar la sociedad a varios vecinos de La Lastra, constituyendo así la sociedad que administró el molino: «Dejaron un escrito en que se decía que el derecho a ser socios pasaba de padres a hijos, pero había que vivir en La Lastra o en Triollo».
Debido a su situación estratégica, en la misma ribera del Carrión, Triollo siempre tuvo numerosos molinos. En el siglo XVIII se recoge la existencia de ocho: el de Suso, el de Manuel Andrés, el de Fabián Noriega, el de Hondón, el de Arriba, el de Huerta, el de Primera y la pisa o batán. Los siete primeros eran harineros y el último servía para pisar los paños de sayal: «Hacia Valdetriollo, en la Cueva del Río, existía un “molino de pisa” propiedad de Elías Mediavilla, padre de Sagrario, que aún vive. Venía el agua por una canalita y tenía una rueda con dos mazos. Al dar vueltas, el mazo golpeaba el sayal y así estaba toda la noche. Primero se cardaba e hilaba la lana, después los ovillos se los llevaban al tío Pacho de La Lastra para que los tejieran, y después venían aquí para que con la fuerza del agua se movieran unos mazos que pisaban la tela. Se cobraba un tanto por usarlo».

El molino que tiene enfrente molía las harinas y era central eléctrica. Tenía tres piedras: una para centeno, otra para trigo y otra para el tremesino. Acudían de muchos pueblos de los alrededores y lo atendía una persona que también ejercía de electricista. La parte superior del edificio estaba destinada a vivienda. Mariano y Paulina residieron allí muchos años con sus hijos.

Le agradaría que este viejo caserón fuera restaurado algún día y sirviera como museo o muestra de lo que el molino suponía para todo el contorno. Y que, de alguna manera, el cuérnago que arrastraba las aguas desde el Carrión pudiera volver a discurrir por sus entrañas. Siente que por estos lares no son muy dados a mantener vestigios «inútiles».

Para más información: Palabras, ecos y silencios. Un recorrido por los pueblos y la memoria del Alto Carrión