Con un origen que se remonta a los tiempos de la repoblación cristiana, el monasterio de San Zoilo cuenta con verdaderas joyas artísticas, entre las que destaca su impresionante claustro plateresco, su portada románica, sus telas islámicas, sus sepulcros medievales o el retablo traído de Baquerín. Un sorprendente compendio artístico elaborado a lo largo de los siglos.
LORENA GARCÍA GARCÍA
El origen del monasterio de San Zoilo podría remontarse a mediados del siglo X, cuando hubo un pequeño asentamiento probablemente mozárabe habitado por monjes venidos de Córdoba. En el año 1047, Gómez Díaz, conde de Saldaña y Carrión, recibió el monasterio entonces dedicado a San Juan Bautista gracias a una donación de Fernando I de León. Poco después, en 1070, el primogénito del conde, Fernando Díaz, recibió las reliquias de los mártires hispanorromanos Zoilo y Félix, además de las del obispo Agapio, como compensación a la ayuda prestada al rey Mahomat en la guerra que mantenía en Córdoba con Alfonso VI. Desde entonces el monasterio adquirió la triple advocación.
En 1076, fallecido Gómez, sus hijos y su esposa, la condesa Teresa, biznieta de los reyes de León, entregaron el monasterio a la abadía francesa de San Pedro Cluny. En el contexto de la reforma cluniacense podemos situar las obras de reedificación prolongadas hasta mediados del siglo XII, de ahí que el templo conserve restos románicos como su portada occidental, el cuerpo bajo de la torre y algunos capiteles. Los cuatro capiteles de la portada recogen el tema de la salvación de las almas. Los capiteles exteriores aluden al bien y los capiteles interiores simbolizan el mal. Esta portada había estado tapiada desde 1786.
Ese año se descubrieron los sepulcros de los condes Banu-Gómez, fundadores del cenobio, que se hallaban bajo el pavimento. El sepulcro de la condesa Teresa fue trasladado a la capilla mayor del templo (lado de la Epístola), ubicándose desde 1631, con la reconstrucción del templo, en el lado del Evangelio. Los demás sepulcros vieron definitivamente la luz en 1946, contabilizándose un total de once, además de varias laudas, que se ubicaron a los pies de la iglesia. Los más antiguos, lisos, pueden datarse entre los siglos XI y XII.
Dentro del esplendoroso período que atravesó San Zoilo durante gran parte la Edad Media destacan dos telas islámicas datadas entre los siglos XI y XII, utilizadas para envolver las reliquias de los Santos Zoilo, Félix y Agapio traídas de Córdoba. Las vistosas sargas –una roja, con águilas afrontadas con la cabeza vuelta y otra azul, con decoración de águilas explayadas– están expuestas en la sacristía del templo. Están realizadas en seda y son de carácter reversible.
San Zoilo estuvo sujeto al priorato de Cluny hasta 1430, momento en que fue elevado a la categoría de abadía. En 1532 fue anexionado a la congregación de San Benito de Valladolid, siguiendo los preceptos de la orden hasta 1836, cuando sufrió la Desamortización de Mendizábal.
En el siglo XVI fue construido su célebre claustro plateresco. Las obras comenzaron el 7 de marzo de 1537 en la galería inferior y finalizaron el 27 de marzo de 1604 en la superior. El claustro bajo está formado por cuatro galerías de cinco arcos apuntados, jalonados por contrafuertes y sustentados por 24 bóvedas de crucería esculpidas enteramente, al igual que las ménsulas sobre las que apoyan. Entre los artífices más destacados de esta joya artística están el entallador burgalés Miguel de Espinosa, el escultor zamorano Antonio Morante y los arquitectos Juan de Badajoz el Mozo, Pedro Castrillo y Juan de Celaya, quien concluyó el claustro bajo en 1577.
El ciclo iconográfico comienza en la panda oriental, donde hallamos la Puerta de las Procesiones que da acceso al templo, de tipo plateresco, similar a la que Badajoz realizó para la sacristía de la catedral de León. Junto a ella está la imagen de un Cristo atado a la columna de piedra caliza, de excelente calidad y cuya datación oscila entre 1535 y 1575. La primera bóveda, en el ángulo nororiental, está dedicada a la fundación del monasterio, con los benefactores del mismo, los condes Banu-Gómez y San Zoilo ubicado en la clave central.
Las obras del claustro alto, formado por cuatro pandas de diez arcos de medio punto convertidos en ventanales, fueron dirigidas por el arquitecto Pedro de Torres, con la colaboración de Juan de Bobadilla y Pedro Cicero como escultores. Entre los arcos hay doce medallones: cinco de la familia condal –doña Teresa, don Gómez Díaz, Diego, Fernando y Pelayo Gómez–, cuatro relativos a la advocación del cenobio –San Zoilo, San Félix, San Agapio y San Juan– y tres alusivos a la orden benedictina –San Benito, San Leandro y San Ildefonso–.
En 1633 comienza la renovación del templo, manteniendo parte de los muros y la torre románica. En 1642 los maestros de obras Melchor Ruiz, Tomás García y Francisco Ponce, siguiendo principios clasicistas, levantan la capilla mayor, el crucero y el tramo contiguo. En 1644, el vallisoletano Francisco Ruiz de la Cámara realiza las pinturas de la cúpula y pechinas, en las que representa diferentes santos vinculados al cenobio, que desaparecieron a mediados del siglo XX. En 1666 el maestro cántabro Diego Zorlado Rivero se puso al mando de los trabajos y levantó los dos tramos que faltaban de la iglesia.
Además de finalizar la iglesia, Zorlado edificó la fachada barroca que, situada junto a la torre románica, venía adjudicándose erróneamente a Felipe Berrojo. En la parte inferior, San Juan Bautista y el mártir benedictino San Félix se erigen en recuerdo de la antigua advocación del convento. Sobre cada uno de ellos aparece un escudo: el de la izquierda corresponde al monasterio de San Zoilo y el de la derecha es el símbolo de las abadías benedictinas. El mártir cordobés San Zoilo, ataviado a la moda romana, preside la hornacina principal sobre el acceso. En el cuerpo alto está San Benito sustentando la Regla Benedictina y el báculo. Las obras debieron estar ejecutada en 1668, así lo indica la inclusión de las armas de Portugal en el escudo de Carlos II que preside el segundo cuerpo, pues el reino luso se independizó de la Corona española dicho año.
Dentro de la iglesia destaca el retablo mayor, procedente de la iglesia de Santa María de Arbís de Baquerín, de donde se trajo hacia 1986, dada la ruina de aquel templo. Dividido en banco, dos grandes cuerpos en cinco calles y ático, esta obra fue realizada por un seguidor del escultor Gregorio Fernández.
En la predela hay cuatro pinturas de las Virtudes Cardinales, entre las cuales se sitúa el sagrario, que contiene un relieve de Cristo Resucitado sobre el que está Santo Toribio de Liébana. No se conservan, por haber sido robadas, las esculturas de San Pedro, San Pablo, Santo Domingo, San Jerónimo y San Esteban, atribuidas a Tomás de Sierra. Este artista es también autor de los magníficos bultos de los cuatro Padres de la Iglesia Latina: San Gregorio Magno y San Ambrosio en el nivel inferior; además de San Jerónimo y San Agustín, en el segundo cuerpo. En el centro hay una Asunción que sigue el prototipo de Fernández, con los clásicos pliegues alatonados y la caída simétrica de la cabellera. En las calles laterales se ven cuatro relieves: Nacimiento de la Virgen, la Visitación, Adoración de los Reyes y Adoración de los Pastores. Remata la composición un Calvario atribuido a Antonio de Ribera.
Hacia el centro del templo hay dos retablos neoclásicos, también de finales del XVIII, que albergan dos imágenes: la de la mística alemana Santa Gertrudis, obra de notable calidad traída de Madrid en 1700; y el Santo Cristo Real, de finales del siglo XVI, que porta cabellera postiza y traduce un marcado patetismo.
En el brazo sur del crucero, aunque originalmente ubicado en el coro, se halla el retablo de la Magdalena, cuyo ensamblaje fue realizado en el primer tercio del XVII. La escultura que lo preside es una copia de la Magdalena Penitente de Pedro de Mena, realizada en 1803 por la Academia vallisoletana. Durante el cuatrienio del abad don Jacinto Díez (1713-1717), se realizó la sillería coral de madera de nogal, articulada a través de columnillas salomónicas, así como el órgano barroco, encargado en 1716 al maestro organero vallisoletano Gregorio Roldán, ambos en el coro alto del templo.
A lo largo del siglo XIX, la plácida vida de los monjes se vio alterada por los asaltos y las desamortizaciones. Entre 1810 y 1814 las tropas francesas ocuparon el cenobio y de 1820 a 1823 se vieron obligados a abandonar de nuevo su morada, hasta que en 1835 llegó el golpe más duro para San Zoilo, al perder gran parte de sus bienes. En 1841 se salvó de la subasta pública y fue convertido en fábrica de harinas. Su pervivencia fue posible gracias a los padres de la Compañía de Jesús, quienes mantuvieron y reedificaron la casa conventual para adaptarla a los usos docentes. Tras unos años de desalojo, el conjunto, salvo la iglesia y el claustro, fue vendido a una empresa privada y convertido en hospedería en 1991.
Para más información: Carrión de los Condes, arte, historia y tradiciones