La elaboración de muelas de molino en la Montaña Palentina

Una de las actividades tradicionales menos conocidas de la provincia es la talla de las piedras que durante siglos fueron empleadas en los molinos harineros para triturar el grano. Juan Maestro ha elaborado un estudio que ha sido publicado en el quinto número de la Colección de historia ‘Montaña Palentina’, en el que descubre el desarrollo de este singular trabajo durante los últimos quinientos años.

JUAN MAESTRO HERNÁNDEZ

Caminar por las sierras que dominan las comarcas de La Braña, Castillería y La Pernía significa disfrutar de la naturaleza en su máxima expresión. Pero, además, nos permite conocer los lugares en los que durante siglos se ha realizado una de las actividades menos conocidas de nuestra tierra. Hablamos de la elaboración de las muelas de molino, piedras utilizadas en los molinos hidráulicos para triturar el cereal y producir la harina aprovechando la fuerza del agua de los ríos.

En estos parajes agrestes de indudable belleza, que nos brindan espectaculares panorámicas de la montaña Cantábrica, se sitúan las canteras en las que desde tiempos remotos las gentes de Brañosera, Salcedillo, San Juan y Santa María de Redondo, Celada de Roblecedo y Herreruela de Castillería tallaban con enorme esfuerzo la dura roca de conglomerado, conocida en la zona como “gorronuda”, con la que se obtenían las piedras empleadas en los molinos.

Historia de la talla de las muelas

El primer documento que hace referencia a esta singular actividad son las antiguas ordenanzas de Barruelo de Santullán, de 1571, en las que se citan los privilegios que disfrutaban los fabricantes de las muelas. Entre ellos estaban el uso preferente de la fragua para afilar sus herramientas o la exención de acudir al Concejo si se encontraban cargando piedras.

Otros documentos posteriores, como el redactado en 1598 en el monasterio de San Millán de la Cogolla de Yuso, en La Rioja, señalan que el centro monástico había realizado “un pedido de cinco muelas a medida que se encargan a Juan de Santiago, vecino de Brañosera, en la jurisdicción de Aguilar de Campóo, en abril de 1598, a razón de nueve ducados y medio cada una”.

Como puede verse, el comercio de las piedras del norte de Palencia trascendía el ámbito local y se extendía por poblaciones de La Rioja, Burgos, León o Tierra de Campos. La importancia de la actividad se pone en evidencia en 1706, cuando se redacta un convenio entre los concejos del Valle de Redondo, Brañosera, Celada, Salcedillo y Herreruela para limitar el tamaño y el número de muelas que puede producir al año cada vecino. Para quien incumpliera estas normas, se fijaban las sanciones correspondientes.

La elaboración de las muelas alcanzó una gran importancia en los pueblos mencionados, si tenemos en cuenta la cantidad de vecinos que se dedicaron a ella y el largo periodo en que se mantuvo activa. Esta labor, en todo caso, era una ocupación de temporada que permitía añadir unos ingresos a las rentas obtenidas con la agricultura y la ganadería, que eran las ocupaciones principales en la zona. El número de piedras fabricadas y su tamaño dependía de la demanda de los molinos.

La producción de muelas de molino pervivió en la Montaña Palentina hasta los años setenta del siglo pasado, cuando el último cantero del pueblo de Brañosera, Pedro del Río, cesó su actividad. El progresivo cierre de los molinos harineros propició a su vez el final de la labra de las piedras y la desaparición de uno de los oficios tradicionales de los habitantes de la sierra.

La labra de las piedras

El primer paso para fabricar la piedra era localizar el tipo de roca adecuado: el conglomerado. Entre sus principales características figura su dureza y sobre todo su disposición en forma de estratos. Se buscaba que éstos fueran horizontales y de un espesor similar a las muelas que se deseaban obtener. Muchas veces se tenían que recorrer grandes distancias y acudir a parajes de más de 2.000 metros de altura para encontrar el tipo de roca adecuada, lo que obligaba a permanecer lejos de casa varias jornadas.

Una vez seleccionado el estrato adecuado, había que extraer los bloques de piedra. Para ello se fragmentaban grandes peñascos, aprovechando los huecos de la roca, en los que se introducía una cuña a golpe de maza. Esta labor se repetía a lo largo del estrato y se dejaba un tiempo para que las dilataciones y contracciones de los materiales, producidas por las variaciones de temperatura del duro clima de montaña hicieran el trabajo.

Una vez extraídos los bloques de piedra, en ese mismo lugar se daban forma redondeada a golpe de martillo. En ocasiones, había que calzar la piedra, cercana a la tonelada de peso, y para ello se usaban unas largas palancas de roble y “la leva” o piedra empleada como punto de apoyo. Así la piedra quedaba “encamada” y facilitaba el trabajo del cantero. De la misma forma se procedía para “voltear la piedra” y tallar la otra cara de la muela, finalizando así su labra en la misma cantera.

Las canteras

En nuestros días, abandonada ya la labra de las piedras de molino, podemos recorrer las viejas canteras en la que se realizaba aquel trabajo. En muchas de ellas se encuentran todavía las piedras que quedaron abandonadas después de haberse malogrado durante su elaboración o su transporte. Algunas pueden verse apenas comenzadas a tallar, mientras que otras aparecen prácticamente terminadas.

El visitante curioso puede de esta forma conocer unos caminos que durante siglos recorrieron nuestros antepasados, afanosos trabajadores de la piedra, en busca de las rocas más propicias para comenzar la talla. Estos restos son el recuerdo de un oficio singular, casi desconocido, y de una forma de vida basada en el trabajo duro y honrado; en el respeto a la naturaleza de unas gentes que, durante siglos, supieron vivir en comunidad adaptándose a unas difíciles condiciones de vida.

Para más información: Colección de Historia Montaña Palentina, número 5.