La trashumancia regresa a la Montaña Palentina

1.400 ovejas procedentes de Huelva pasan el verano en la cara sur del Curavacas

WIFREDO ROMÁN IBÁÑEZ

Agosto, cara sur del Curavacas. Son las primeras horas de la mañana y lentamente comienza a despertar el pequeño campamento instalado junto al chozo de El Pando. Este refugio recibe su nombre de un arroyo cercano, un reducido cauce de agua que tras breve recorrido entrega sus aguas al río Carrión. Además del chozo, forman parte del campamento dos tiendas de campañas y un redil en el que permanece encerrado un gran rebaño de ovejas.

Con los primeros rayos de sol, se inicia el movimiento en el chozo y en las tiendas, donde pernoctan desde hace varias semanas cuatro personas. Se trata de Oscar, un pastor de origen paraguayo emparentado con una familia de ganaderos de Liébana, al que acompañan un veterinario llegado de Valencia y dos estudiantes de la Escuela de Pastores de la Junta de Andalucía, Mario e Isabel.

Los cuatro son los encargados de cuidar las 1.400 ovejas merinas que a finales de junio han llegado procedentes de Huelva. Su presencia supone el regreso de la trashumancia a las laderas del Curavacas, lugar donde hacía ya años que esta actividad se había perdido. Durante siglos, la trashumancia fue una práctica habitual en numerosos puertos de la Montaña Palentina, destino estival de miles de ovejas procedentes principalmente de Extremadura. Estos rebaños proporcionaban a los pueblos de la zona importantes beneficios derivados del arriendo de los pastos, además de haber generado una cultura ancestral que todavía hoy puede detectarse en los antiguos chozos de pastor. Sin embargo, en el siglo XX la trashumancia entró en decadencia y las ovejas dejaron de visitar los puertos a partir de los años ochenta y noventa.

El rebaño instalado este año en la cara sur del Curavacas está formado por animales de cinco ganaderías diferentes procedentes de la sierra de Aracena y Picos de Aroche. Su presencia en el norte palentino se debe a la iniciativa de Ernestine Ludeke, encargada de una de las cabañas y al mismo tiempo una de las responsables de la Fundación Monte Mediterráneo. Su propósito es recobrar la antigua actividad trashumante de forma progresiva durante los próximos años, hasta conseguir llevar 10.000 animales a las zonas de pasto estival.

Las ovejas situadas en El Pando fueron transportadas en camiones y llegaron recién esquiladas. Junto a ellas se trajeron 50 carneros, con el propósito de que las fueran cubriendo durante el verano. De esta forma, tras cinco meses de gestación, parirán sus corderos a las pocas semanas de haber llegado de regreso a Huelva.

Los pastores son ayudados en el cuidado del rebaño por cuatro mastines, que vigilan ante la posible aparición de los lobos y portan en sus cuellos las carlancas, collares puntiagudos de hierro que protegerán a los animales en caso de que se produzca un ataque. Para el manejo del ganado hay además una pequeña perra pastora que mueve a las ovejas cuando es necesario.

La jornada en El Pando

Ha pasado un rato desde que la luz del nuevo día consiguió dominar El Pando. Los primeros movimientos intermitentes de los pastores van dando paso a una actividad más constante. Después de desayunar y realizar las prácticas de aseo que las circunstancias permiten, comienza el trabajo diario. Las ovejas han pasado la noche en el redil, del que son liberadas a las diez de la mañana. A partir de este momento se las dirige a alguna de las laderas del entorno. Poco a poco, en grupos más o menos numerosos, comienzan a dispersarse por el terreno elegido y es entonces cuando se puede apreciar la verdadera dimensión del rebaño. Las altas rocas, las extensas praderas y los cerrados brezales son ocupados por cientos de ovejas. La jornada transcurre plácida para ellas, con alguna visita esporádica a los lugares en los que circulan los ahora escasos cauces de agua. Así hasta que, a primera hora de la tarde, los pastores inician la reunión del rebaño. Esta tarea no es sencilla, debido a la dispersión que alcanzan los animales, y no culmina hasta que todos son reunidos en el redil, sobre las ocho de la tarde.

“El problema para manejar las ovejas es que cuando se está terminando la comida en un lugar determinado se dividen en muchos grupos, cada uno de los cuales marcha por su cuenta abarcando una extensión mucho mayor y entonces son difíciles de controlar”, comenta Oscar. Para proporcionar diferentes pastos a la cabaña, las ovejas se han conducido algunos días hasta las inmediaciones del pozo Oscuro, a 2.000 metros de altura. También el redil portátil en el que los animales pasan la noche se mueve periódicamente, lo que permite que las ovejas puedan dejar limpia alguna zona de matorral. Y es que otro de los beneficios que aporta la presencia del rebaño es el de desbrozar y abonar el paraje en el que pastan.

A finales de agosto, de la cifra inicial de ovejas trasladadas desde Huelva se han perdido en torno a un centenar de animales, algunas en el viaje y otras durante su estancia en El Pando. Se considera que un porcentaje razonable de pérdidas en un movimiento de este tipo es del 10%. Los pastores han observado una tarde al lobo asomado en las crestas cercanas y dan por seguro que, a pesar de las precauciones empleadas, alguna de las ovejas desaparecidas ha caído en las fauces del depredador.

Los dos jóvenes de la escuela de pastores, un chico y una chica llegados de Córdoba y Granada, abandonarán el rebaño el 28 de agosto, después de realizar sus prácticas. El veterinario valenciano, por su parte, marchará el 7 de septiembre. En su lugar llegarán nuevos estudiantes y algunos lebaniegos como refuerzo temporal.

Cae la tarde lentamente y las ovejas apuran su horario de alimentación. Algunas parecen ya saciadas y se acercan al chozo de El Pando, en cuyas inmediaciones se encuentra el redil. Desde este lugar, a más de 1.800 metros de altura, las vistas resultan impresionantes y parecen renovadas cada poco tiempo, en función de la cambiante iluminación del día. El Curavacas se revela desde aquí como una fortaleza imponente y su cercanía resulta magnética y rotunda. Hacia el sur, desde las alturas, aparece otra panorámica igualmente espléndida que domina los territorios de Vidrieros y Triollo. A un lado y a otro, como columnas que parecieran soportar la cúpula celeste, se destacan cumbres tan colosales como Santa Lucía o el Espigüete.

El atardecer anuncia el recogimiento del campamento de El Pando. El rebaño ha sido ya guardado y los pastores se preparan para la cena, acompañados por los mastines y por la pequeña perra pastor. Así sucederá cada día hasta que a primeros de octubre, con la llegada de los primeros fríos, se produzca el viaje de regreso hasta tierras onubenses. Así ha sido durante siglos en estos parajes… la trashumancia ha regresado a la Montaña Palentina.

Para más información: ‘Arquitectura pastoril en el norte de Palencia: chozos, tenadas, cabañas y corrales’, obra de Eduardo Vielba Infante publicada en el número 6 de la Colección de Historia Montaña Palentina.